La Cumbrecita

Volvimos a La Cumbrecita con sol, en un día que pintaba feísimo. Y nos recibieron un poco mejor que la otra vez. Esta vez el minibus funcionaba, pero igual decidimos bajar a pie a la ciudad. Como les contaba el otro día, La Cumbrecita es un pueblo peatonal, así que te fuerzan a dejar el auto en un estacionamiento a la entrada del pueblo y, cuando ese se llena, en otro parking que queda en el comienzo del camino que baja desde la ruta hasta la ciudad. En el camino (se supone que es un kilómetro pero para mi no fueron ni cuatro cuadras) recolecté e ingerí deliciosas moras silvestres porque tenía un poco de hambre. De tan maduras se te deshacían en las manos cuando las arrancabas.  Un espectáculo.

La verdad, el pueblo es muy muy lindo. Como en Villa Alpina y Villa Berna, los primeros pobladores forestaron con especies del centro de europa con las que consiguieron calcar el look and feel de sus pueblos natales en Suiza y Alemania. Para completar, construyeron sus viviendas en estilo alpino y se aseguraron de que todos los que construyeran después siguieran esos lineamientos (el pueblo tiene códigos urbanos bastante estrictos en ese sentido).

Y que el pueblo sea peatonal tiene sus pro y sus contras. Por un lado, está bueno recorrer a pie, pero al ser un pueblo de montaña se hace un poco cansador. Caminamos por el mínimo centro hasta una suerte de callecita de cornisa que llega hasta la capilla. Y de ahí a la cascada. Un recorrido de 15 minutos, según el cartel. Lo que ese cartel no explicaba era la dificultad de un camino de piedras bastante difícil y por momentos peligrosos. No para nosotros, pero había muchas personas mayores y muchos matrimonios con nenes chiquitos. Encima, en una parte del recorrido había un alambrado con alambre de puas separando el sendero de una propiedad privada. Y me dio un poco de bronca que en un pueblo donde todo está tan reglamentado (con carteles que indican que no se pueden cortar plantas, que cuidado con el fuego, y que tantas otras cosas) no haya un simple "camino peligroso, se recomienda precaución, no suba si no está en forma, etc. La cuestión es que llegamos, agotados, a la cascada. Un paisaje increíble, con una vista panoramica de la olla formada por la erosión de una caída de agua de varias decenas de metros. Sacamos varias fotos y emprendimos la vuelta, tan dificultosa como la ida.

Al regresar a la capilla vimos el sendero al Cerro La Cumbrecita, pero estábamos muy rotos como para animarnos a ir. Así que volvimos hacia el pueblo, paramos en una confitería con mirador a las sierras y nos despachamos con un té en hebras y dos porciones de tortas: para Papá Oso de manzana, para mí arrollado de zarzamoras. Una delicia. Disfrutamos de la merienda despúés de una breve peleíta porque Papá Oso me preguntó si nunca había tomado té alemán y lo bardie por hacerse el nene de colegio privado alemán. Era todo una vil patraña para sacar lo peor de mí, pero nos reímos mucho. Después, caminamos de vuelta hacia la entrada del pueblo, miramos algunos negocios y finalmente abordamos una camionetita municipal rumbo al estacionamiento de la ruta. Ah, de ida y vuelta hicimos un camino alternativo de cornisa, más corto, que sale de Los Reartes. Maravillosos los paisajes. Y aunque es de ripio, la ruta estaba en buenas condiciones (mejor que la ruta que pasa por Atos Pampa) y hay muchos menos autos.


7 comentarios:

Grieguis dijo...

no lo puedo creer ando dando vueltas por el ciber espacio y resulta que siempre, de una manera u otra te encuentro, jajajjaja
Me sigue sorprendiendo!!!
Un abrazo
Ale
La griega

Lake dijo...

Jaja! Es que soy un chico de la web 2.o y las redes sociales. Estoy en todos lados. Y si me buscás, me encontrás!

Grieguis dijo...

Juro que no te buscaba, mejor ni te digo buscando que te encontré, jajajja
un abrazo

Anónimo dijo...

La casa de te donde comiste las tortas hace el mejor goulash que mi estómago y mi paladar recuerden. Y las milanesas que hacen en ese lugar, con puré de batatas; es lo más parecido al placer en la tierra. De los mejores lugares que he comido en mi vida

Anónimo dijo...

Si volvés a la cumbrecita, andá al museo. Tiene unas piedras increíbles. Y si andás con auto y tiempo; andá a San Marcos Sierras que queda bastante lejos de alli, bien al norte de Córdoba. Una onda hippie alucinante, y vas a comer de las mejores pastas que hayas probado alguna vez. Además de un aceite de oliva que estremece por lo rico. Je, parezco de la secretaría de turismo, pero no... culinariamente Córdoba para mi parte a los demás. Además de lo desestresante que es.

Lake dijo...

Marcelo: No creo que vuelva estas vacaciones a La Cumbrecita. Pero tomo nota de tus recomendaciones para la próxima, porque me encanta el goulash (y las milanesas también).

A San Marcos Sierra fui de excursión hace mucho y me pareció demasiado hippie :-)
Pero no comimos allí, si las pastas son tan buenas debería volver a probarlas.

Anónimo dijo...

Me encantan tus relatos de viajes, Marian.

Ahora estoy escribiendo para BAG magazine un recorrido por la Cumbrecita justamente y estaba esperando con ansias lo que tenías para decir, gracias querido!